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lunes, 5 de noviembre de 2007

4 El siglo XIX.

4 El siglo XIX.

En el Ochocientos europeo se produjo una curiosa paradoja en lo que respecta al tema de este trabajo: lo mismo que la Ilustración condenó, la nueva Europa de los Estados nacionales lo revalorizó. Este proceso de revalorización se dio tanto en el área de la Historia como en corrientes literarias como el Romanticismo, y lógicamente obedece a unas causas concretas. Pero para poder analizarlas a fondo es básico antes hacer una reflexión sobre el contexto histórico e historiográfico en el que habremos de movernos, basado principalmente en el concepto y desarrollo de los nacionalismos y el desarrollo de la Historiografía positivista y marxista; ambos factores que forman el contexto van relacionados, sobremanera el positivismo y nacionalismo.

Sucintamente, el contexto histórico a lo largo del XIX se puede resumir en una lucha entre lo viejo y lo nuevo; lo viejo está representado por las Restauraciones absolutistas derivadas del Congreso de Viena, tras la caída de Napoleón Bonaparte, quien había encendido los sentimientos nacionales en los países que había dominado o en los que había influido. Lo nuevo viene precisamente dado por este surgimiento de las conciencias nacionales, proceso plasmado en los sucesivos procesos revolucionarios de corte liberal que se expanden por Europa, concentrados en 1830 y 1848. Socialmente, asistimos al nacimiento y consolidación del proletariado como nueva clase emergente en el nuevo orden, alejado del estamental típico de la época anterior.

El desarrollo de la historiografía, pese a que no se pueda comprender sin su correspondiente contexto histórico, es mucho más interesante de cara al problema que nos ocupa. Durante el XIX eclosiona en Europa la historia positivista de corte nacional; especialmente en Alemania, debido a circunstancias locales muy peculiares, y algo más tarde en Francia e Inglaterra. El estudio de la Historia tomaba así una nueva doble orientación, muy importante en el método en el que se fundamentaba, pero lastrado en la orientación de estos nuevos estudios, impregnados por el Romanticismo alemán de la época; fue precisamente este impulso romántico el que sacó a la Edad Media del oscuro concepto en que había convertido.

De este modo, durante el siglo XIX, el espíritu romántico y nacional resucitará a la Edad Media de un modo muy particular, aunque en un análisis más profundo puede verse que el método es el mismo, por ejemplo, que el usado por los ilustrados del XVIII: éstos habían usado la Edad Media para explicar la proveniencia de todo lo malo de su época. La historiografía romántica y positivista la utilizaría para explicar el surgimiento de los pueblos, de acuerdo con su orientación nacionalista. Esto se dio de un modo muy particular en Alemania, aunque no deja de poder ser extrapolable a otras realidades europeas de la época.

Veamos ahora la esencia del método positivista. El positivismo postula un método de investigación histórico basado en el empirismo más absoluto; es, de algún modo, la transposición del método científico al área de los estudios históricos. Ante la imposibilidad de la observación directa de los acontecimientos, el hecho sustituye a la experiencia, ya que habla por sí mismo.

El método positivista está apoyado en la sumisión al documento, fechado, analizado y comparado con los hechos ya conocidos con el fin de establecer su veracidad; de este modo, concibe el hecho histórico como único motor de la Historia. Generalmente, la visión de este método y de la escuela positivista ha sido, por lo general, ambivalente. La crítica, argumentada en su estrechez de miras y "la paralización producida por su negativa a la emisión de juicios críticos" ha sido notable, muy especialmente por la "Nueva Historia" del siglo XX. Por otra parte, se reconoce su valor en su convicción de escribir una Historia basada en la exigencia científica.

No obstante, en los positivistas del XIX es fácilmente visible su sumisión a los valores de los Estados-naciones europeos. Y fue precisamente en Alemania donde se dio una curiosa circunstancia con respecto a la Edad Media: los historiadores alemanes de la época comenzaron a acudir al medievo con objetivos políticos: la unificación de Alemania.

En este contexto, se buscó en la Edad Media el origen del pueblo alemán, encarnado en los germanos. De este modo, llegó a leerse la Edad Media alemana como una historia de progresiva corrupción por haber tenido que pactar los germanos con civilizaciones demasiado distintas de la suya. Sin embargo, y pese al aparente panorama, el innegable rigor positivista de sumisión al documento se equilibró con el candente espíritu romántico, para dar como resultado una serie de estudios que despertaron, dentro de las directrices de la época, un fervor por el medievo sin parangón hasta la época. No obstante, también es justo decir que el fervor "nacional-medieval" alemán no fue tan generalizado como parece a simple vista (existieron nacionalistas no medievalistas y medievalistas no nacionalistas) ni único en Europa.

Tenemos, en otros territorios europeos, ejemplos de que cada uno de ellos encontró su propio elemento nacional en los siglos medievales; la única salvedad podría ser Italia, apegada al mundo clásico con el mismo fervor nacionalista, por causas similares a las alemanas, basadas en el ansia de unificación de la Península; por su parte, Francia pareció encontrar en Carlomagno, "nacionalizado" pese a los continuos debates sobre el componente germano de los francos, su elemento en el que fijar las ansias nacionalistas.

Sin embargo, el caso alemán es particular, ya que establece una concepción de Europa netamente germana, en oposición a la concepción típicamente latina. Esta dualidad de interpretaciones será la tónica del siglo. Por un lado, la historiografía alemana se basa en un razonamiento que Sergi ha resumido muy acertadamente del siguiente modo: "Europa se forma progresivamente en la Edad Media. La Edad Media es esencialmente germana. Por tanto, Europa es una construcción germana". Frente a ella, se situaban una serie de teorías e interpretaciones basadas en la simbiosis latino-germana, alejada de las tesis alemanas basadas en el germanismo europeo.

Sin embargo, a esta dualidad entre medievalismo y nacionalismo para el siglo XIX se le sumaría otra interpretación de la Edad Media no menos importante, dentro del marco general de una de las principales corrientes historiográficas contemporáneas: la interpretación marxista.

La visión marxista del medievo ha marcado profundamente la visión actual de la Edad Media en la cultura popular. Tanto, que debido en gran parte a su concepción del medievo y su asociación tan profunda al feudalismo, además de por su interpretación, la unión de "Edad Media" y "feudalismo" se ha integrado tan profundamente en la conciencia colectiva que se mezclan y se hacen una; analizar el porqué es complejo, pero podemos dar algunos apuntes.

Dentro del sistema marxista de la Historia, basado en las relaciones de producción, la Edad Media se analizó orientada al análisis del feudalismo, definido como una fase previa al capitalismo. Se concibe así la idea del sistema feudal medieval como una explotación de campesinos no asalariados, sometidos a la dependencia y obligados a la obediencia; de hecho, sólo lo distinguía del sistema esclavista en tanto que éste último contemplaba la propiedad de los señores sobre la tierra y los hombres, mientras que lo que él denominó feudalismo contemplaba la propiedad únicamente de la tierra; además, lo extendió en el tiempo entre el final del Imperio Romano de Occidente y las Revoluciones burguesas, es decir, no lo limita exclusivamente a la Edad Media .Para el marxismo, el feudalismo pasó a ser prácticamente una etapa más de la Historia, a medio camino entre las aristocracias del mundo antiguo y los Estados administrativos contemporáneos.

Este desplazamiento del sistema feudal del plano jurídico-militar al socioeconómico ha sido un legado de la historiografía marxista al concepto de Edad Media, que a partir de aquí se mezclará y fusionará con el de "feudalismo"; de hecho, hoy en día son inmediatamente asociados como sinónimos, obviando que los diez siglos medievales fueron mucho más que feudalismo, y asimismo ignorando el poco parecido existente entre el sistema feudo-vasallático, típico de la Edad Media, y el piramidal, propio de la Edad Moderna y derribado por la Revolución Francesa, que también acudió al feudalismo medieval buscando sus razones, como se ha expuesto en el apartado anterior.

Un último apartado a analizar es el papel del movimiento romántico en la valoración de la Edad Media en el XIX, que también ha echado raíces que llegan hasta nuestros días; el propio concepto de Romanticismo es complejo y ambiguo, pero en general es un modo global de contemplar la realidad, y estuvo claramente asociado a la burguesía. Exaltaba un gusto por lo irracional y lo subjetivo, y volvía su mirada hacia mundos lejanos y remotos, bellos por extraños. Dentro de estas directrices, la Edad Media tomó el sesgo de "paraíso perdido", un lugar idealizado de gestas heroicas y vida de corte, tendiendo a la deformación e idealización del periodo medieval, combinado con un nuevo gusto (llamémosle redescubrimiento) por el arte gótico; considerando además que una de las principales cunas del Romanticismo europeo fue Alemania, es fácil deducir el calado que tuvo este entusiasmo por el medievo en los estudios históricos positivistas, estimulados por los sentimientos nacionales: un auténtico polvorín. Sin embargo, el entusiasmo romántico no se limitó exclusivamente a Alemania, sino que otros países como Inglaterra, Francia y España se vieron inundados por el entusiasmo por este movimiento, claramente evasionista. Se producía así un auténtico Medieval Revival. Esta visión del medievo ha llegado, como hemos señalado, hasta nuestros días. Como nos referíamos al principio, es una de las Edades Medias de la cultura popular, junto a la oscura y decadente.

A modo de colofón debemos considerar el papel global del concepto de Edad Media en el Siglo XIX europeo; como hemos señalado, es innegable que, frente a las concepciones oscuras de siglos anteriores, la Edad Media fue objeto de una revalorización durante el Ochocientos; no obstante, el valor de ese redescubrimiento es más que discutible; pese a la aparente y pretendida objetividad científica del positivismo, su orientación nacionalista y su cierta impregnación del espíritu romántico de la época vuelven a dar como resultado una visión distorsionada dentro de un cierto gusto por la época. Por otra parte, la propia dinámica intelectual burguesa del Romanticismo creó un imaginario de la Edad Media como paraíso donde refugiarse de la vida terrenal; un tercer factor para valorar el medievo fue la interpretación marxista, que provocó una incierta y exclusiva identificación de la Edad Media con el feudalismo, considerando además que la propia idea de feudalismo planteada por Marx no se corresponde con la realidad del sistema feudal medieval.

La combinación de estos tres factores ha creado la imagen actual del periodo medieval, en la que encontramos varias Edades Medias: una tenebrosa, época de barbarie, injusticias y explotación; una segunda como mundo de heroicas gestas, torneos caballerescos y vida de corte; y, por último, una tercera donde se observa la Edad Media como cuna de lo que hoy es Europa. Ninguna de las tres responde en algún modo a la realidad medieval, pero no deja de ser curioso como de un modo u otro las tres concepciones han llegado hasta nuestros días, pese a los avances y nuevas perspectivas introducidas en los estudios sobre la Edad Media en el siglo XX, tema del que trata el capítulo siguiente.

3. Los siglos XVII y XVIII.

3. Los siglos XVII y XVIII.

Los siglos XVII y XVIII representan un punto de inflexión en la historia de Europa, tanto por la consolidación de las formas de Estado absolutistas como por su desaparición, traída a partir del comienzo de las revoluciones liberales. En otro orden de cosas, significó, sobremanera el XVII, la emancipación de la mente humana frente al dogma, con la Revolución intelectual y científica, que condujo al nacimiento de la Ilustración.

En lo que toca al tema de este trabajo, sin embargo, no se aprecian muchos cambios respecto al pensamiento expuesto en el capítulo anterior; la Europa del XVII presentó, en lo que toca al concepto de Edad Media, una curiosa coyuntura; por una parte, la Revolución científica rompió la tendencia, ya presente desde la propia Edad Media, a no separar ciencia y religión; tanto para los eruditos medievales como para los del siglo XVI, conocer la naturaleza equivalía a conocer a Dios, a través de sus creaciones más bellas. Las aportaciones y descubrimientos de científicos como Newton y Descartes, y la eclosión de la filosofía moderna a través de Hume o Locke puso en tela de juicio muchos dogmas, a pesar de los intentos de la Iglesia por contrarrestarlos, y terminó por separar ciencia y religión; de este modo, muchos campos del conocimiento quedaron libres de las referencias a la escolástica medieval. Por otra parte, el papel predominante de la antigüedad clásica en muchos campos se rebajó. En este contexto, se podría esperar que la idea presente en el siglo anterior sobre los tiempos medievales se adaptase a las nuevas circunstancias, con análisis más rigurosos y críticos, a la par de aprovechar el método científico en el enfoque del estudio; sin embargo, no fue así, y pervivió una concepción más bién oscura, a lo que se añadió una cierta concepción de la Historia acuñada por los adalides de la revolución científica, principalmente Descartes.

El siglo XVII fue a todas luces el siglo de las ciencias naturales, eclipsando a muchas otras disciplinas, entre ellas la historia. Sin ir más lejos, Descartes afirmaba que "la Historia, por más interesante, más instructiva y más valiosa que fuera para la formación de una actitud práctica en la vida, no podía, sin embargo, aspirar a la verdad, ya que los acontecimientos que relataba nunca sucedieron exactamente en la manera en que los relataba". Para Descartes, la propia concepción del método científico dejaba fuera a la Historia. Sin embargo, autores como el gran historiador Vico, más que sentirse desalentados, criticarían a Descartes y plantearían su propio método para el estudio histórico. Vico sí se refirió a la Edad Media, pero como ejemplo a la hora de ilustrar su teoría de que muchos periodos históricos repiten o al menos son similares en sus rasgos generales. Comparaba concretamente la Grecia homérica con la Edad Media europea. Por su parte, otros autores como Berkeley y Locke se sumaron en sus críticas al cartesianismo.

De este modo, se podría afirmar que el siglo XVII es un periodo de transición en lo tocante al tema de este trabajo. El despegue imparable de las ciencias naturales eclipsó en gran medida el estudio de los problemas históricos, centrando el debate en el método más que en el fondo de los problemas planteados por la historiografía. El concepto de Edad Media estará sin embargo muy presente en el siglo siguiente.

El siglo XVIII, el siglo de la Ilustración que verá el fin del Antiguo Régimen en Francia nos trae de nuevo a primer plano la Edad Media. Y nuevamente la valoración es negativa, mucho más negativa aún que la mostrada en el capítulo anterior.

Esta visión negativa procede de la propia retórica del movimiento ilustrado y su continua búsqueda del modelo de gobierno ideal. Para los Ilustrados, el sistema político y social del siglo XVIII estaba destinado a ser derribado por los ideales que ellos defendían: libertad, igualdad y fraternidad. De este modo, tenemos a Montesquieu con "El espíritu de las leyes", los estudios históricos de Voltaire y los ensayos de Herder. El pensamiento ilustrado, sin embargo, presenta un patrón común: suelen situar el origen de todos los males del sistema imperante en la Europa del Setecientos en la Edad Media; más concretamente, es digno de análisis la conceptualización y el pensamiento ilustrado sobre el fenómeno del feudalismo y su propia concepción del método histórico aplicado en concreto a la Edad Media.

Empezando por esta última cuestión, parece plausible llegar a afirmar que en líneas generales los ilustrados no tenían una perspectiva verdaderamente histórica de los problemas que pretendían erradicar. Si entendemos perspectiva histórica como "ver que todo en la Historia tiene su razón de ser y que todo existe en beneficio de los hombres cuyas mentes han creado comunitariamente esa historia" nos encontramos con una visión manipuladora y panfletaria por parte de los Ilustrados; para Voltaire, Hume y una buena parte de las élites Ilustradas, palabras como "Edad Media", "barbarie" o "feudalismo" no parecen haber tenido un sentido histórico, filosófico o sociológico. Eran más bién "palabras de injuria que tenían un sentido emocional". Pensar que una época del pasado fue irracional equivale a considerar la historia como un mero polemista, no un historiador. Afirmar que la historia pasada es irracional y bárbara hasta la llegada del espíritu científico moderno no es ser historiador, y aún menos desde la óptica actual. Collingwood afirma en este sentido que "su historia no es sino el relato debido a algún idiota, lleno de ruido y furor, pero que nada significa".

En un sentido algo más moderado y racional se mostraron otros Ilustrados como Montesquieu y Gibbon, quienes aportaron mediante sus obras de análisis de la Europa del XVIII, alejadas del panfletarismo de otros coetáneos suyos, una valiosa base para el desarrollo de la Historia científica en el siglo siguiente. Muy especialmente el primero, con su convencimiento de la racionalidad de la Historia, muy bien reflejado en sus "Considérations sur les causes de la grandeur des Romáins et de leur décadence" , donde se muestra como un historiador innovador y adelantado a su tiempo, negando definitivamente la Providencia y el papel de Dios en el devenir de la Historia, y añadiendo una declaración sobre la necesidad de que el investigador indague las causas del devenir de los gobiernos.

El concepto y tratamiento del fenómeno del feudalismo por parte de la Ilustración es asimismo digno de análisis. Desde un primer momento, el feudalismo fue para la Ilustración un oscuro residuo de tiempos medievales, que había que erradicar. El hecho de que el feudalismo presente en su época se pareciera más bién poco al medieval no entró en sus consideraciones. Efectivamente, como ya hemos expuesto en el capítulo introductorio, el sistema feudal que existía en el siglo XVIII poco o nada tenía que ver con el sistema feudo-vasallático, típico de la Edad Media, sino que era un sistema que se había ido forjando en la propia Edad Moderna. Puede que sus primeras raíces las tuviera en el feudalismo medieval, pero había evolucionado sin duda lo suficiente como para diferenciarlo claramente. Lo que tendió a hacer la Ilustración fue juzgar el modelo feudal medieval en base a la experiencia vivida por ellos, equiparando el feudalismo del XVIII ("carente de estructura piramidal y sin delegaciones de poder vinculadas a la investidura") al medieval.

En síntesis, parece que los siglos XVII y XVIII, considerados en su conjunto, ahondaron más aún en una Edad Media negativa, pese a las aportaciones de autores como el propio Montesquieu a favor de un método histórico que eclosionará en el XIX. Pero al igual que "un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su momento", el análisis de una evolución conceptual no puede ser aislado de su contexto histórico. No es difícil imaginar, en el contexto político y social de la Francia de la Ilustración, las causas que motivaron la búsqueda de todos los males de la sociedad en la Edad Media. Hubo que buscar algo en lo que encarnar el polo opuesto a los ideales de la Ilustración, y visto el desarrollo que la concepción del medievo había tenido desde el siglo XVI, terminó por encarnarlos.

No obstante, pese a lo eminentemente negativo de la Edad Media para los Ilustrados, el concepto cambiará radicalmente en el siglo XIX, con una nueva concepción. No necesariamente mejor, sino nueva.

2 El Siglo XVI.

2 El Siglo XVI.

La llegada de la Edad Moderna supuso un profundo cambio en Europa en todos los órdenes, innegable e indisolublemente ligado a la eclosión del humanismo y el Renacimiento. Para estos primeros humanistas, que se consideraban herederos de la Antigüedad grecorromana, el periodo comprendido entre ésta y su tiempo fue la "Edad del Medio", e inmediatamente tuvo una connotación eminentemente negativa. La connotación de algo por suerte superado.

Uno de los primeros historiadores en empezar a utilizar una división por edades de la Historia fue Vasari, que en 1550 comenzó a utilizar una concepción tripartita que ha llegado sin excesivos cambios hasta nuestros días: Edad Antigua, Media y Moderna, si bien esta periodización iba aplicada a un campo de conocimiento concreto, el de la Historia del Arte. Haciendo una rápida lectura de esta división, se comprueba como el concepto de "modernidad" es aplicado al tiempo del autor, en clara ruptura con el periodo anterior, el Medio. Antes de Vasari, otros autores habían usado conceptos similares para referirse al lapso entre la Antigüedad y el Renacimiento, como "media aetas" o "media tempora". El término "medievo" o el más común de "middle age" se consolidarán en el siglo XVII. Otro ejemplo, aunque nunca llegó a usar explícitamente el término "Edad Media", es el del humanista Flavio Biondo, que historió los sucesos desde el 412 hasta su tiempo, de una forma estrictamente cronológica. En líneas maestras, su periodización coincide con la posterior y más comúnmente aceptada (476-1453).

En líneas maestras, en todo el periodo renacentista se observa una constante con respecto al periodo medieval: es oscuro, indeseable y conviene que no vuelva a repetirse. Para estos "herederos de la Antigüedad" el lapso de más o menos diez siglos desde la deposición de Rómulo Augústulo como último emperador del Imperio Romano de Occidente hasta su propio tiempo, la Europa del Quinientos, iba indisolublemente unido a una noción: decadencia. Decadencia de los valores grecorromanos. Y no sólo afectaba a lo político, sino que por el contrario, el decaimiento afectaba a todos los ámbitos de la vida humana, en tanto el ideal antropocentrista del mundo clásico se había venido abajo a favor de una interpretación estrictamente, por llamarlo de alguna manera, "ortodoxa" del cristianismo y un retroceso urbano y comercial, así como una sociedad desgarrada por continuas revueltas y guerras. Así, la "Edad del Medio" no era más que un paréntesis entre el ideal clásico y su recuperación.

Sin embargo, en muchos aspectos los propios humanistas del XVI parecen contradecirse. El propio concepto que utilizaban a la hora de definir su tiempo, "modernidad", se opone etimológicamente al de "antiguo", que es lo que pretendían recuperar. No parece muy claro como lo moderno puede revivir lo antiguo, como se venía propugnando en ciertos círculos europeos desde el siglo XV, con la "devotio moderna". La ruptura con la escolática medieval con el objeto de dar un paso hacia la modernidad termina por acudir a los Padres de la Iglesia, lo antiguo.

No es por cierto el único conflicto que presentan las nociones de "antiguo" y "moderno" aplicadas al pensamiento del XVI. El propio concepto de "Renacimiento" parece presentar un problema, ya que una vez más parece intentar definir lo moderno a través de lo antiguo, además de alejarse en muchos aspectos (especialmente en los temas religiosos relativos al cristianismo) de los patrones paganos del mundo grecorromano. Analizando este choque conceptual, se puede afirmar que "lo moderno tiene preferencia sólo si imita a lo antiguo".

Lo que es evidente es que todo este conjunto de forzoso entendimiento entre lo viejo y lo nuevo se hace a espaldas de la Edad Media, y desde luego que entre los humanistas europeos no faltaron voces que cuestionaran esa enorme superioridad atribuida a los antiguos. Luís Vives, por ejemplo, criticó esa idea en la primera mitad del siglo XVI, afirmando en su De causis corruptarum atrium que los hombres de su tiempo no eran enanos, ni los antiguos gigantes . No obstante, otros humanistas como Petrarca llegaron a afirmar que entre la antigüedad y su tiempo se extendían las tenebrae, las tinieblas.

Por otra parte, es necesario considerar el propio concepto de Humanismo y lo imaginario de su "modernidad"; si entendemos el Humanismo como un "movimiento intelectual que, apoyado en el mejor conocimiento de los clásicos, recorrió Europa en los siglos XV y XVI" , definición a todas luces acertada, debemos considerar justamente eso: su carácter de movimiento intelectual. Y como todo movimiento intelectual, pecó de un cierto alejamiento de la realidad, lo que nos lleva inevitablemente a considerar lo imaginario de su pretendida "modernidad". El pensamiento humanista se movía en un bipartidismo, en el cual se encontraban las élites intelectuales que defendían y propugnaban los ideales de la recuperación grecorromana, y por otro lado, el pueblo llano. Evidentemente ambos se movían en planos distintos, y es en este hecho donde se encuentran muchas de las cuestiones clave.

La cuestión de la recuperación de la Antigüedad es, a todas luces, compleja y fácilmente discutible. Como hemos señalado antes, la recuperación no existió en muchos campos, como el del arte, en base a la continuación de temas religiosos. Además, no se puede afirmar ni mucho menos que las estructuras sociales o políticas presentaran una vuelta real al mundo grecorromano. Tanto en el campo del arte como en el resto se produjo una "relectura" de lo antiguo, no una "recuperación", obviamente imposible. Los avances y cambios intelectuales, encarnados en los humanistas, rompieron hasta cierto punto con el medievo, pero no trajeron la Antigüedad de vuelta, simplemente porque no se puede. En el otro lado de la balanza tenemos el mundo político y social, en cuyo orden persisten numerosas características que no son nuevas, sino que evolucionan desde la Edad Media, como el papel preponderante de la ciudad o el nuevo alza comercial, estimulado por elementos nuevos y propios de la Edad Moderna como los descubrimientos geográficos, a pesar de que fueron las mejoras en la navegación y el renacimiento comercial de finales del medievo los que los hicieron posibles. En otros órdenes se vuelve a encontrar la "relectura", como puede ser la integración del pensamiento antropocentrista en el cristianismo.

De este modo, parece que la propia concepción del medievo en el siglo XVI viene lastrada desde un principio por un contexto de justificación, basado en una pretendida recuperación del mundo grecorromano frente a la barbarie del lapso transcurrido hasta el momento humanista; de ahí que nos podamos explicar su concepción negativa, apoyada además, como bién señala Sergi, en la Baja Edad Media (siglos XII-XV), con sus revueltas sociales y guerras en el entorno de una Europa azotada por la Peste Negra; con una natural tendencia humana, la de considerar el pasado con una "deformación de perspectiva" , consideraron, en base a los textos clásicos (conservados y traducidos, por cierto, durante la Edad Media) que la decadencia y la barbarie en Europa se desataron desde la caída de Roma ante los bárbaros hasta el tiempo que les tocó vivir, proyectando mucho más atrás la convulsa Europa de los siglos XIV y XV.

En el siglo XVI, se pone por tanto una primera definición de Edad Media, acorde con un sentimiento imperante de contraponerla a una Antigüedad que se pretendía recuperar, para superar un tiempo oscuro, de decadencia y barbarie. El concepto que tiene el Quinientos del periodo medieval arrastra un claro matiz peyorativo, en tanto que sus desarrolladores lo oponen frontalmente a lo que bajo su criterio es el ideal a revivir, el mundo grecorromano.

Mucho más compleja, pero a la vez muy interesante es la idea de Edad Media que ha arraigado en la cultura popular; la forja de esta mentalidad general

Mucho más compleja, pero a la vez muy interesante es la idea de Edad Media que ha arraigado en la cultura popular; la forja de esta mentalidad general ha tenido también un largo trayecto, pero se puede afirmar sin tapujos que al menos una buena parte viene del Romanticismo decimonónico, que elevó la Edad Media a la categoría de paraíso perdido para dejar escapar la mente ante la angustia vital tan característica del Romántico. De ahí viene la concepción popular del medievo como época de gentiles caballeros, bellas damas y vida cortesana asociada; sin embargo, existe otra idea de Edad Media en el imaginario colectivo, y es precisamente la que deriva de los conceptos planteados en los siglos XVII y XVIII: la concepción del medievo como algo oscuro, decadente y por suerte superado, aunque siempre bajo amenazas de regresión en nuestra sociedad actual. No es extraño que en cualquier medio de nuestra cultura de masas (televisión, radio, prensa, etc.) se use un término, que seguramente todos hemos leído u oído alguna vez: "medieval"; nuevamente, la palabra evoca las dos vertientes. Los comportamientos retrógrados, las injusticias sangrantes o las matanzas indiscriminadas son medievales, pero también lo son los comportamientos valerosos ("caballerosos", si se prefiere); esta ambivalencia está presente en prácticamente todas las referencias a la Edad Media de nuestra cultura popular actual, un puro imaginario colectivo donde caben visiones y conceptos contrapuestos pero parece ser que compatibles.

Como mera curiosidad voy a permitirme comentar un curioso "trabajo de campo" realizado por el que escribe estas líneas. Cuando pensaba en comenzar a hacer este trabajo, les pregunté (en un ambiente distendido y sin decir a ninguno de los consultados para que era) a seis personas de mi entorno, de edades comprendidas entre los 21 y los 78 años, con qué palabra asociaban "Edad Media"; dos personas respondieron "caballeros y castillos", una "pobreza", otra "monjes", otra "señores feudales" y el último encuestado respondió "guerras"; véase de nuevo la doble visión, donde caballeros y castillos parece evocar de manera lejana una época de gestas y vida de corte, mientras que las otras acepciones recogen una asociación del medievo con la religiosidad, el feudalismo y la brutalidad y desgarro de las guerras y la pobreza.

Esta doble idea tiene sin duda procedencias profundas, como he señalado antes; la forja de conceptos y actitudes en el ideario popular es muy fuerte y es difícil, si acaso imposible, de modificar desde el conocimiento científico; de hecho, a pesar de los notables avances, de todo lo que hemos podido llegar a conocer sobre el medievo, las ideas expuestas subsisten, y muy posiblemente nunca desaparezcan; por otra parte, es (tristemente) evidente que el imaginario colectivo ha sido forjado a lo largo de generaciones, con unas arraigadas estructuras que pesan sobre la masa muchísimo más de lo que el individuo admite. Se nos presenta una dualidad a la que la Historia académica parece no saber responder, aunque sí que puede.

Finalmente, para acabar esta exposición sobre el estado de la cuestión del tema que tratarán los siguientes capítulos, debemos mencionar la utilización de la Edad Media como "interés", entendiendo esta denominación, por supuesto, en el campo de la manipulación y el uso interesado. Esta concepción interesada del medioevo es muy típica de la historiografía alemana del siglo XIX, de un carácter puramente nacionalista, y que ya de por sí obedecía a numerosas motivaciones; en ese contexto, se tomó la costumbre de acudir a la Edad Media para explicar la formación de las "identidades nacionales", así como de primar en primer lugar la individualidad como motor de la Historia; esta actitud ante el estudio histórico, con claros fines adoctrinantes y políticos, convirtió al periodo medieval en una escuela en la que Europa había quedado configurada; esta afirmación es muy discutible, y a la hora de analizarla partimos de la base de su intencionalidad; sin embargo, volviendo al tema de la conciencia colectiva, esto parece estar también bastante arraigado. Sin embargo, y por tentador que sea, no se debe juzgar este uso de una forma estrictamente negativa, ya que efectivamente las formulaciones decimonónicas en el campo del estudio histórico, englobadas genéricamente bajo el concepto de positivismo, responden a un contexto histórico y social determinado, y por él se rigen; baste decir que al menos en el campo de la Historia académica, estas concepciones, a pesar de las huellas que han dejado, está más que superadas.

Aún así, un somero análisis del periodo medieval nos permite ver como este concepto flojea; el medioevo, más que a la unificación de identidades, tiende más bién a ser un "campo de batalla de fuerzas opuestas", y no es aceptable su concepción como origen de las identidades nacionales del siglo XIX.

Eso sí, no se puede negar que durante la Edad Media se forjó un cierto concepto de "Europa", como encontramos en fuentes primarias, pero ya incluso en el propio medioevo la noción muta y cambia, y está sujeta a numerosos conflictos, choques y contradicciones; no es, ni mucho menos, una formación de ninguna "identidad nacional", sino más bién un concepto vago e impreciso, sin mucho fondo ni argumentación, y que tiene más un carácter de reacción que de afirmación.

A lo largo de los siguientes capítulos veremos los vaivenes experimentados por un concepto de por sí impreciso y ambiguo, delimitado académicamente tras un azaroso devenir por los gustos historiográficos dominantes en cada época, y que aún hoy presenta, a la hora de delimitarlo, analizarlo y comprenderlo, un reto para cualquier historiador, incluso para los propios medievalistas; no en vano, como acertadamente afirma Sergi, "Todo puede servir, o casi, pero no hay que molestar a la Historia".

Resumen:

Resumen:

Repaso y valoración historiográfica del concepto de "Edad Media", desde su formulación. Analizamos su evolución y consideración actual.

1. Estado de la cuestión

¿Qué se entiende realmente por Edad Media?; es, a priori, una pregunta que el imaginario colectivo de la cultura popular parece considerar simple; el mundo académico de la Historia, a pesar de que no siempre ha sido así, hoy en día parece tenerlo también claro. Pero, bajo un análisis riguroso, hecho obviamente desde la perspectiva de la Historia académica, no es un concepto claro y delimitado, y arrastra muchos lastres comunes a otros conceptos de la ciencia histórica, que a pesar de su evolución y conceptualización, hoy en día son resbaladizos y aún suscitan vivos e intensos debates.

Tal vez antes de preguntarnos qué es la Edad Media, convendría preguntarse qué no lo es, y qué usos y valoración se le atribuye al concepto; en este punto, es muy interesante analizar dos perspectivas: la que podemos llamar "profesional" y la arraigada en la cultura popular; y aún podríamos sumar una más, compleja pero a la vez fascinante: la Edad Media como "propuesta".

Estas tres concepciones del Medievo tienen sus diferencias, algunas más que notables, pero todas parten del mismo contexto: el occidente europeo de los siglos IV-XV; sobre este eurocentrismo, común hasta cierto punto en la historiografía hasta el Siglo XX, hablaremos más tarde; pero primero, a modo de introducción, repasemos las tres edades medias con las que nos encontramos a priori.

Para introducir la Edad Media del ámbito académico, antes es necesario realizar una serie de consideraciones sobre la polémica división de la Historia por edades, arraigada en el estudio de la disciplina histórica por obvias razones pedagógicas y de coherencia. No cabe duda alguna que la Historia es un continuo, donde no hay cortes bruscos, sino periodos de transición donde lo viejo y lo nuevo conviven, algunas estructuras desaparecen y otras perviven, se fusionan y avanzan hacia algo distinto; nadie, por tanto, se acostó en la Edad Media y se levantó en la Edad Moderna. Este criterio, aplicado al medievo, refleja por tanto dos periodos de transición según la clásica ordenación de la Historia en Prehistoria, Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea: un primer periodo, de la Antigüedad al Medievo, y un segundo, de la Edad Media a la Moderna. Precisamente en ese caldo de cultivo surgió la primera conceptualización de la Edad Media, como veremos más adelante; sin embargo, parece que esa primera aproximación no fue más que "una convención cronológica de los Humanistas de los Siglos XV y XVI, animados por una nueva esperanza de renacimiento cultural y de recuperación general"; y por cierto que la tendencia fue a hacerla "oscura", decadente, un tránsito entre la Antigüedad Clásica y ese Renacimiento que pretendía recuperarla, o lo que es lo mismo, desde la caída del Imperio Romano hasta los momentos en los que surgió esa recuperación de la Antigüedad, visto el periodo intermedio como una época de decadencia general, donde los ideales clásicos se habían perdido por completo: nacía así la "Edad del Medio". Este pensamiento tiene sus motivaciones, que desarrollaremos plenamente en otro capítulo.

Desde esa primera definición las cosas han cambiado bastante en la esfera de la alta cultura, y también en las investigaciones históricas; hoy por hoy a ningún profesional de la Historia se le ocurriría definir el periodo medieval en esos términos; lo veremos de manera más pormenorizada en capítulos posteriores, pero la profunda renovación historiográfica del Siglo XX ha permitido conocer muchos aspectos, y no sólo del periodo medieval, en los que el estudio de la Historia no se había fijado, dominado por los influjos empíricos del positivismo, hasta que comenzó el diálogo entre disciplinas y el estudio del hombre como grupo por encima del hecho o del personaje; algo que hoy nos parece tan lógico, aceptando las palabras de Lucien Febvre, uno de los fundadores de la revista Annales, y, por tanto, de la corriente historiográfica más importante del Siglo XX: "Hay historia sin más, en su unidad. La historia es, por definición, absolutamente social"; esta profunda transformación y la ampliación de las posibilidades de investigación que conlleva, más allá de la sumisión al documento o al personaje, ha permitido conocer otra Edad Media, no tan oscura, no tan decadente, al menos a un nivel "profesional".

Sin embargo, hasta la llegada de esa renovación, en los siglos XVII y XVIII (a pesar de breves reconsideraciones de un carácter más positivo, localizadas en intelectuales muy concretos) se tendió a pensar, principalmente a través de las corrientes Ilustradas, que todo lo decadente y necesario de cambio en Europa venía de la Edad Media, y el cambio necesario vino con la Revolución Francesa; se atribuía así al período medieval todo lo contrario a los términos de razón, igualdad y libertad, obviando que muchos de los males a los que se referían se habían forjado en los propios siglos XVII y XVIII; un ejemplo muy claro es el feudalismo, término ciertamente ambiguo y relativamente reciente que analizaremos en profundidad en capítulos sucesivos; con la "tendencia natural de la mente humana a mirar las cosas en perspectiva", se acuñó la idea de que el feudalismo era un residuo medieval, e importaba poco que el feudalismo del XVIII se pareciera bien poco al feudalismo típicamente medieval (el feudo-vasallático) y que se hubiera ido forjando en cambios posteriores. De este modo, el razonamiento circular, brillantemente expuesto por Sergi, quedó de este modo: "¿Qué es el sistema feudal?.

El derribado por la Revolución Francesa. ¿Y cómo era el feudalismo derribado entonces?. Un residuo medieval. ¿Y cual era la característica de la Edad Media?. Haber producido esa organización feudal del poder. ¿Y cómo era esa organización feudal del poder?. Parecida al feudalismo vigente en el siglo XVIII"; un pensamiento estático y circular, ciertamente.