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lunes, 5 de noviembre de 2007

Mucho más compleja, pero a la vez muy interesante es la idea de Edad Media que ha arraigado en la cultura popular; la forja de esta mentalidad general

Mucho más compleja, pero a la vez muy interesante es la idea de Edad Media que ha arraigado en la cultura popular; la forja de esta mentalidad general ha tenido también un largo trayecto, pero se puede afirmar sin tapujos que al menos una buena parte viene del Romanticismo decimonónico, que elevó la Edad Media a la categoría de paraíso perdido para dejar escapar la mente ante la angustia vital tan característica del Romántico. De ahí viene la concepción popular del medievo como época de gentiles caballeros, bellas damas y vida cortesana asociada; sin embargo, existe otra idea de Edad Media en el imaginario colectivo, y es precisamente la que deriva de los conceptos planteados en los siglos XVII y XVIII: la concepción del medievo como algo oscuro, decadente y por suerte superado, aunque siempre bajo amenazas de regresión en nuestra sociedad actual. No es extraño que en cualquier medio de nuestra cultura de masas (televisión, radio, prensa, etc.) se use un término, que seguramente todos hemos leído u oído alguna vez: "medieval"; nuevamente, la palabra evoca las dos vertientes. Los comportamientos retrógrados, las injusticias sangrantes o las matanzas indiscriminadas son medievales, pero también lo son los comportamientos valerosos ("caballerosos", si se prefiere); esta ambivalencia está presente en prácticamente todas las referencias a la Edad Media de nuestra cultura popular actual, un puro imaginario colectivo donde caben visiones y conceptos contrapuestos pero parece ser que compatibles.

Como mera curiosidad voy a permitirme comentar un curioso "trabajo de campo" realizado por el que escribe estas líneas. Cuando pensaba en comenzar a hacer este trabajo, les pregunté (en un ambiente distendido y sin decir a ninguno de los consultados para que era) a seis personas de mi entorno, de edades comprendidas entre los 21 y los 78 años, con qué palabra asociaban "Edad Media"; dos personas respondieron "caballeros y castillos", una "pobreza", otra "monjes", otra "señores feudales" y el último encuestado respondió "guerras"; véase de nuevo la doble visión, donde caballeros y castillos parece evocar de manera lejana una época de gestas y vida de corte, mientras que las otras acepciones recogen una asociación del medievo con la religiosidad, el feudalismo y la brutalidad y desgarro de las guerras y la pobreza.

Esta doble idea tiene sin duda procedencias profundas, como he señalado antes; la forja de conceptos y actitudes en el ideario popular es muy fuerte y es difícil, si acaso imposible, de modificar desde el conocimiento científico; de hecho, a pesar de los notables avances, de todo lo que hemos podido llegar a conocer sobre el medievo, las ideas expuestas subsisten, y muy posiblemente nunca desaparezcan; por otra parte, es (tristemente) evidente que el imaginario colectivo ha sido forjado a lo largo de generaciones, con unas arraigadas estructuras que pesan sobre la masa muchísimo más de lo que el individuo admite. Se nos presenta una dualidad a la que la Historia académica parece no saber responder, aunque sí que puede.

Finalmente, para acabar esta exposición sobre el estado de la cuestión del tema que tratarán los siguientes capítulos, debemos mencionar la utilización de la Edad Media como "interés", entendiendo esta denominación, por supuesto, en el campo de la manipulación y el uso interesado. Esta concepción interesada del medioevo es muy típica de la historiografía alemana del siglo XIX, de un carácter puramente nacionalista, y que ya de por sí obedecía a numerosas motivaciones; en ese contexto, se tomó la costumbre de acudir a la Edad Media para explicar la formación de las "identidades nacionales", así como de primar en primer lugar la individualidad como motor de la Historia; esta actitud ante el estudio histórico, con claros fines adoctrinantes y políticos, convirtió al periodo medieval en una escuela en la que Europa había quedado configurada; esta afirmación es muy discutible, y a la hora de analizarla partimos de la base de su intencionalidad; sin embargo, volviendo al tema de la conciencia colectiva, esto parece estar también bastante arraigado. Sin embargo, y por tentador que sea, no se debe juzgar este uso de una forma estrictamente negativa, ya que efectivamente las formulaciones decimonónicas en el campo del estudio histórico, englobadas genéricamente bajo el concepto de positivismo, responden a un contexto histórico y social determinado, y por él se rigen; baste decir que al menos en el campo de la Historia académica, estas concepciones, a pesar de las huellas que han dejado, está más que superadas.

Aún así, un somero análisis del periodo medieval nos permite ver como este concepto flojea; el medioevo, más que a la unificación de identidades, tiende más bién a ser un "campo de batalla de fuerzas opuestas", y no es aceptable su concepción como origen de las identidades nacionales del siglo XIX.

Eso sí, no se puede negar que durante la Edad Media se forjó un cierto concepto de "Europa", como encontramos en fuentes primarias, pero ya incluso en el propio medioevo la noción muta y cambia, y está sujeta a numerosos conflictos, choques y contradicciones; no es, ni mucho menos, una formación de ninguna "identidad nacional", sino más bién un concepto vago e impreciso, sin mucho fondo ni argumentación, y que tiene más un carácter de reacción que de afirmación.

A lo largo de los siguientes capítulos veremos los vaivenes experimentados por un concepto de por sí impreciso y ambiguo, delimitado académicamente tras un azaroso devenir por los gustos historiográficos dominantes en cada época, y que aún hoy presenta, a la hora de delimitarlo, analizarlo y comprenderlo, un reto para cualquier historiador, incluso para los propios medievalistas; no en vano, como acertadamente afirma Sergi, "Todo puede servir, o casi, pero no hay que molestar a la Historia".

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