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lunes, 5 de noviembre de 2007

4 El siglo XIX.

4 El siglo XIX.

En el Ochocientos europeo se produjo una curiosa paradoja en lo que respecta al tema de este trabajo: lo mismo que la Ilustración condenó, la nueva Europa de los Estados nacionales lo revalorizó. Este proceso de revalorización se dio tanto en el área de la Historia como en corrientes literarias como el Romanticismo, y lógicamente obedece a unas causas concretas. Pero para poder analizarlas a fondo es básico antes hacer una reflexión sobre el contexto histórico e historiográfico en el que habremos de movernos, basado principalmente en el concepto y desarrollo de los nacionalismos y el desarrollo de la Historiografía positivista y marxista; ambos factores que forman el contexto van relacionados, sobremanera el positivismo y nacionalismo.

Sucintamente, el contexto histórico a lo largo del XIX se puede resumir en una lucha entre lo viejo y lo nuevo; lo viejo está representado por las Restauraciones absolutistas derivadas del Congreso de Viena, tras la caída de Napoleón Bonaparte, quien había encendido los sentimientos nacionales en los países que había dominado o en los que había influido. Lo nuevo viene precisamente dado por este surgimiento de las conciencias nacionales, proceso plasmado en los sucesivos procesos revolucionarios de corte liberal que se expanden por Europa, concentrados en 1830 y 1848. Socialmente, asistimos al nacimiento y consolidación del proletariado como nueva clase emergente en el nuevo orden, alejado del estamental típico de la época anterior.

El desarrollo de la historiografía, pese a que no se pueda comprender sin su correspondiente contexto histórico, es mucho más interesante de cara al problema que nos ocupa. Durante el XIX eclosiona en Europa la historia positivista de corte nacional; especialmente en Alemania, debido a circunstancias locales muy peculiares, y algo más tarde en Francia e Inglaterra. El estudio de la Historia tomaba así una nueva doble orientación, muy importante en el método en el que se fundamentaba, pero lastrado en la orientación de estos nuevos estudios, impregnados por el Romanticismo alemán de la época; fue precisamente este impulso romántico el que sacó a la Edad Media del oscuro concepto en que había convertido.

De este modo, durante el siglo XIX, el espíritu romántico y nacional resucitará a la Edad Media de un modo muy particular, aunque en un análisis más profundo puede verse que el método es el mismo, por ejemplo, que el usado por los ilustrados del XVIII: éstos habían usado la Edad Media para explicar la proveniencia de todo lo malo de su época. La historiografía romántica y positivista la utilizaría para explicar el surgimiento de los pueblos, de acuerdo con su orientación nacionalista. Esto se dio de un modo muy particular en Alemania, aunque no deja de poder ser extrapolable a otras realidades europeas de la época.

Veamos ahora la esencia del método positivista. El positivismo postula un método de investigación histórico basado en el empirismo más absoluto; es, de algún modo, la transposición del método científico al área de los estudios históricos. Ante la imposibilidad de la observación directa de los acontecimientos, el hecho sustituye a la experiencia, ya que habla por sí mismo.

El método positivista está apoyado en la sumisión al documento, fechado, analizado y comparado con los hechos ya conocidos con el fin de establecer su veracidad; de este modo, concibe el hecho histórico como único motor de la Historia. Generalmente, la visión de este método y de la escuela positivista ha sido, por lo general, ambivalente. La crítica, argumentada en su estrechez de miras y "la paralización producida por su negativa a la emisión de juicios críticos" ha sido notable, muy especialmente por la "Nueva Historia" del siglo XX. Por otra parte, se reconoce su valor en su convicción de escribir una Historia basada en la exigencia científica.

No obstante, en los positivistas del XIX es fácilmente visible su sumisión a los valores de los Estados-naciones europeos. Y fue precisamente en Alemania donde se dio una curiosa circunstancia con respecto a la Edad Media: los historiadores alemanes de la época comenzaron a acudir al medievo con objetivos políticos: la unificación de Alemania.

En este contexto, se buscó en la Edad Media el origen del pueblo alemán, encarnado en los germanos. De este modo, llegó a leerse la Edad Media alemana como una historia de progresiva corrupción por haber tenido que pactar los germanos con civilizaciones demasiado distintas de la suya. Sin embargo, y pese al aparente panorama, el innegable rigor positivista de sumisión al documento se equilibró con el candente espíritu romántico, para dar como resultado una serie de estudios que despertaron, dentro de las directrices de la época, un fervor por el medievo sin parangón hasta la época. No obstante, también es justo decir que el fervor "nacional-medieval" alemán no fue tan generalizado como parece a simple vista (existieron nacionalistas no medievalistas y medievalistas no nacionalistas) ni único en Europa.

Tenemos, en otros territorios europeos, ejemplos de que cada uno de ellos encontró su propio elemento nacional en los siglos medievales; la única salvedad podría ser Italia, apegada al mundo clásico con el mismo fervor nacionalista, por causas similares a las alemanas, basadas en el ansia de unificación de la Península; por su parte, Francia pareció encontrar en Carlomagno, "nacionalizado" pese a los continuos debates sobre el componente germano de los francos, su elemento en el que fijar las ansias nacionalistas.

Sin embargo, el caso alemán es particular, ya que establece una concepción de Europa netamente germana, en oposición a la concepción típicamente latina. Esta dualidad de interpretaciones será la tónica del siglo. Por un lado, la historiografía alemana se basa en un razonamiento que Sergi ha resumido muy acertadamente del siguiente modo: "Europa se forma progresivamente en la Edad Media. La Edad Media es esencialmente germana. Por tanto, Europa es una construcción germana". Frente a ella, se situaban una serie de teorías e interpretaciones basadas en la simbiosis latino-germana, alejada de las tesis alemanas basadas en el germanismo europeo.

Sin embargo, a esta dualidad entre medievalismo y nacionalismo para el siglo XIX se le sumaría otra interpretación de la Edad Media no menos importante, dentro del marco general de una de las principales corrientes historiográficas contemporáneas: la interpretación marxista.

La visión marxista del medievo ha marcado profundamente la visión actual de la Edad Media en la cultura popular. Tanto, que debido en gran parte a su concepción del medievo y su asociación tan profunda al feudalismo, además de por su interpretación, la unión de "Edad Media" y "feudalismo" se ha integrado tan profundamente en la conciencia colectiva que se mezclan y se hacen una; analizar el porqué es complejo, pero podemos dar algunos apuntes.

Dentro del sistema marxista de la Historia, basado en las relaciones de producción, la Edad Media se analizó orientada al análisis del feudalismo, definido como una fase previa al capitalismo. Se concibe así la idea del sistema feudal medieval como una explotación de campesinos no asalariados, sometidos a la dependencia y obligados a la obediencia; de hecho, sólo lo distinguía del sistema esclavista en tanto que éste último contemplaba la propiedad de los señores sobre la tierra y los hombres, mientras que lo que él denominó feudalismo contemplaba la propiedad únicamente de la tierra; además, lo extendió en el tiempo entre el final del Imperio Romano de Occidente y las Revoluciones burguesas, es decir, no lo limita exclusivamente a la Edad Media .Para el marxismo, el feudalismo pasó a ser prácticamente una etapa más de la Historia, a medio camino entre las aristocracias del mundo antiguo y los Estados administrativos contemporáneos.

Este desplazamiento del sistema feudal del plano jurídico-militar al socioeconómico ha sido un legado de la historiografía marxista al concepto de Edad Media, que a partir de aquí se mezclará y fusionará con el de "feudalismo"; de hecho, hoy en día son inmediatamente asociados como sinónimos, obviando que los diez siglos medievales fueron mucho más que feudalismo, y asimismo ignorando el poco parecido existente entre el sistema feudo-vasallático, típico de la Edad Media, y el piramidal, propio de la Edad Moderna y derribado por la Revolución Francesa, que también acudió al feudalismo medieval buscando sus razones, como se ha expuesto en el apartado anterior.

Un último apartado a analizar es el papel del movimiento romántico en la valoración de la Edad Media en el XIX, que también ha echado raíces que llegan hasta nuestros días; el propio concepto de Romanticismo es complejo y ambiguo, pero en general es un modo global de contemplar la realidad, y estuvo claramente asociado a la burguesía. Exaltaba un gusto por lo irracional y lo subjetivo, y volvía su mirada hacia mundos lejanos y remotos, bellos por extraños. Dentro de estas directrices, la Edad Media tomó el sesgo de "paraíso perdido", un lugar idealizado de gestas heroicas y vida de corte, tendiendo a la deformación e idealización del periodo medieval, combinado con un nuevo gusto (llamémosle redescubrimiento) por el arte gótico; considerando además que una de las principales cunas del Romanticismo europeo fue Alemania, es fácil deducir el calado que tuvo este entusiasmo por el medievo en los estudios históricos positivistas, estimulados por los sentimientos nacionales: un auténtico polvorín. Sin embargo, el entusiasmo romántico no se limitó exclusivamente a Alemania, sino que otros países como Inglaterra, Francia y España se vieron inundados por el entusiasmo por este movimiento, claramente evasionista. Se producía así un auténtico Medieval Revival. Esta visión del medievo ha llegado, como hemos señalado, hasta nuestros días. Como nos referíamos al principio, es una de las Edades Medias de la cultura popular, junto a la oscura y decadente.

A modo de colofón debemos considerar el papel global del concepto de Edad Media en el Siglo XIX europeo; como hemos señalado, es innegable que, frente a las concepciones oscuras de siglos anteriores, la Edad Media fue objeto de una revalorización durante el Ochocientos; no obstante, el valor de ese redescubrimiento es más que discutible; pese a la aparente y pretendida objetividad científica del positivismo, su orientación nacionalista y su cierta impregnación del espíritu romántico de la época vuelven a dar como resultado una visión distorsionada dentro de un cierto gusto por la época. Por otra parte, la propia dinámica intelectual burguesa del Romanticismo creó un imaginario de la Edad Media como paraíso donde refugiarse de la vida terrenal; un tercer factor para valorar el medievo fue la interpretación marxista, que provocó una incierta y exclusiva identificación de la Edad Media con el feudalismo, considerando además que la propia idea de feudalismo planteada por Marx no se corresponde con la realidad del sistema feudal medieval.

La combinación de estos tres factores ha creado la imagen actual del periodo medieval, en la que encontramos varias Edades Medias: una tenebrosa, época de barbarie, injusticias y explotación; una segunda como mundo de heroicas gestas, torneos caballerescos y vida de corte; y, por último, una tercera donde se observa la Edad Media como cuna de lo que hoy es Europa. Ninguna de las tres responde en algún modo a la realidad medieval, pero no deja de ser curioso como de un modo u otro las tres concepciones han llegado hasta nuestros días, pese a los avances y nuevas perspectivas introducidas en los estudios sobre la Edad Media en el siglo XX, tema del que trata el capítulo siguiente.

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